domingo, 28 de abril de 2013

El hombre de la cámara (1929)

Nos encontramos ante un documental en blanco y negro, de 67 minutos de duración, realizado en 1929 en la antigua Unión Soviética por Dziga Vertov. Está considerado como un film clásico del cine mudo y pionero por el uso del lenguaje visual y los recursos sonoros.

Ambientada en San Peterburgo, la voz en off del director/narrador dirige nuestra mirada para que, a través de la suya, podamos reconstruir un retrato de la ciudad imperial. Sin embargo, el espectador más que protagonista es un “voyeur” puesto que la cámara está oculta, es imperceptible su presencia y de ahí  la impresión que obtenemos de un falso protagonismo. Esta sensación es conseguida por el director gracias a la alternancia de campo y contracampo como medio de salir y entrar en la historia. Por un lado, desde el inicio nos pone sobre aviso de su intención: estamos ante una reflexión sobre el lenguaje cinematográfico, no teatral ni literario. Para ello, explora el potencial de su discurso en múltiples sentidos: frente a la quietud y el reposo que representan las primeras imágenes (una máquina de escribir, un ascensor, un vagabundo en un banco, edificios, maniquíes...), el cine pone de relieve el movimiento.

Por otro lado, la rápida y constante sucesión de imágenes, aparentemente desconectadas, se presenta para mí con una cohesión simbólica profunda a partir de los que podríamos considerar los hilos de Ariadna de su particular laberinto. Todo en la película habla del movimiento (en la calle, en la fábrica, en los edificios… hay múltiples objetos circulares que giran y giran sobre sí mismos).

Igualmente, aunque se pueden apreciar diferentes relatos fragmentados la sensación es de  aparente caos narrativo. Busca mostrar analogías visuales entre la realidad representada por la cámara y el montaje cinematográfico (el objetivo-el ojo humano; el funcionamiento de la cámara-las máquinas; el enfoque/desenfoque-la ventana abierta/cerrada; los planos fijos-en movimiento de personas...). El director muestra las posibilidades del discurso cinematográfico (zoom, enfoque/desenfoque, picado, planos convergentes, etc.) y se sirve del personaje principal situándolo en diferentes posiciones dentro de la propia narración.

Por último, la percepción del espectador abre y cierra el discurso, está dentro de él, le da sentido, reacciona ante el texto cinematográfico, al que observa y por el que parece ser observado hasta que, finalmente, se cierra el ojo-objetivo.

Es destacable también el uso de la música y el sonido no como simple acompañamiento (lo habitual en una película muda) sino como forma de guiar al espectador y ofrecerle indistintamente sensaciones de proximidad y/o de alejamiento según aumente o disminuya el volumen y los tipos de sonidos empleados.

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