martes, 24 de abril de 2012

No sin mi móvil

El número de móviles en circulación en España (56 millones) es mayor que el número de habitantes (47 millones). La Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones (CMT) es el organismo encargado de hacer el recuento y las últimas cifras publicadas corresponden al mes de Febrero 2012. El mes se cerró con algo más de 56 millones de líneas móviles, lo que significa que por cada 100 habitantes existen 121,7 líneas. Aunque el total de líneas móviles ha descendido a causa básicamente de la crisis económica, su penetración (palabra propia del sector)  casi triplica el de la telefonía fija,  cuyo total es ahora de 19,36 millones de líneas.
http://www.cmt.es/comunicados-de-prensa

La omnipresencia del móvil en el espacio público urbano es más que evidente.  La mayor parte de los usuarios lo llevan siempre encima, siempre a mano y, muy a menudo, en la mano. Ambos hechos se traducen en una creciente utilización de estos artefactos en cualquier lugar de la esfera pública, por lo que recientes investigaciones (Lasén Díaz, 2009; Lasén Díaz, 2006) señalan cómo estos objetos de comunicación contribuyen a cambiar el ambiente y la atmósfera de un sitio determinado por medio de las implicaciones sociales de su uso. Los móviles no sólo intervienen e influyen en los procesos de comunicación interpersonal, sino que también median en la forma en que se usan los espacios urbanos durante las jornadas cotidianas (Dholakia y Zwick, 2004).

Hay algunos aspectos a destacar de sus diferentes formas de utilización. Por ejemplo, la gestión del listado de contactos no es una tarea habitual, sino que suele abordarse cuando la capacidad de memoria del aparato nos avisa de que falta espacio para sucesivos almacenamientos. Esto es lo que Lasén (op.cit.) denomina “decisión por delegación” puesto que el acto de borrar el número de un contacto es un gesto que simboliza, de manera consciente o inconsciente, el deseo de olvido y materializa la desaparición de la relación con el dueño de ese número.  Un “Te borro” –en la jerga habitual- es algo más que la eliminación de la presencia virtual de alguien, sobre todo porque hoy día hemos prácticamente desechado la agenda telefónica en papel  y, una vez borrado el contacto, es muy difícil o trabajoso volver a encontrar sus coordenadas de contacto.

La utilización generalizada del móvil en casi cualquier momento y lugar ha provocado cambios notables en un breve período de tiempo. Existe una creciente aceptación –o resignación tolerante- hacia los usuarios ruidosos e indiscretos y las conversaciones privadas en lugares públicos, algo rutinario ya en nuestras calles.  De esta manera, nos encontramos en una situación en la que las conversaciones por el móvil se convierten en una importante fuente de
información sobre los desconocidos. Desconocidos que, por otra parte, parecen no darle excesiva importancia a este hecho de ser observados/escuchados mientras se vuelven públicos lo que, hasta hace poco, eran informaciones y sentimientos privados. La banda sonora de las ciudades es una polifonía residual en la que apresuradamente se insertan los retazos de las conversaciones, los pitidos de los coches, los sonidos del móvil y sus politonos.

La tendencia observada de no apagar nunca el móvil es parte de ese deseo o imposición de las sociedades modernas de estar siempre disponible para la comunicación, tanto verbal como textual (SMS, Whatsapps) o visual (imágenes y videos). La expectativa de accesibilidad permanente se está convirtiendo en una obligación social y provoca cada vez más extrañeza el hecho de tener el móvil apagado, máxime cuando ahora hay cobertura hasta en el metro. El móvil se lleva encendido en cualquier lugar y, aunque existen unas reglas, escritas y no escritas, sobre su uso, la interpretación de las mismas es cada vez más flexible y ya casi queda desaconsejado/sancionado su uso en lugares tales como hospitales, aulas, salas de cine o de concierto. Por lo tanto, no sólo es que el móvil disfruta de una gran ubicuidad sino que su uso en presencia de terceras personas o en espacios antaño prohibidos es cada más flexible. Los usuarios valoran y deciden cómo y dónde usar el móvil, contestar una llamada, enviar un mensaje de texto, etc., en función de la situación particular en la que se encuentren, con quién están, a qué hora se produce el contacto o la anticipación de su importancia. Digamos que la distinción entre la esfera pública y privada es cada vez más permeable y  los dispositivos técnicos (dejarlo en silencio, vibración, SMS) de los que se dispone en el móvil ayudan a que su presencia pase hasta cierto punto desapercibida.

Otro aspecto que destacan las investigaciones sobre la utilización de los móviles es la visibilidad de los afectos. Desde que se ha extendido su uso en público, las actitudes y los comportamientos reflejan las emociones  de la interacción comunicativa: la gente ríe, exclama, sonríe, se enfada, incluso grita. Es decir, exhibe sus emociones y esta es otra manera, para nuestra sorpresa, diversión o irritación, de influenciar el paisaje y el ambiente urbano de manera espontánea y poco habitual, modificando la percepción (positiva o negativa) de los no actores o sujetos pasivos de la interacción.

Vemos, pues, que el móvil se ha convertido en un elemento más de la vida cotidiana, estando incorporado al espacio público como si formara parte sustancial de él. El deseo de los individuos contemporáneos de comunicarse con otros, la obligación social de mantener los vínculos con el resto del mundo, tal como nos señala Vásquez Rocca (2008) al analizar los postulados de Zygmunt Bauman, les mueve a considerar este artefacto como el perfecto depositario de la organización de la vida cotidiana, la laboral o la afectiva, mientras que su pérdida u olvido provoca el pánico de sentirse incomunicado, aislado, dependiente de los contactos que se producen o que ya no se generan y la ansiedad que esta situación suscita. En sociedades cada vez más individualistas, la tarea que mejor desempeñan los móviles es la creación y mantenimiento de vínculos afectivos y sociales, asegurando la consistencia mínima y la continuidad de las redes. Finalmente, tal como subraya Bauman (Vásquez Rocca, op.cit.) los móviles también responden a la otra necesidad humana, la flexibilidad de esos vínculos para que no constituyan un obstáculo  si la situación cambia. Gracias a la promesa de facilitar un contacto y accesibilidad permanente, nos hacen creer que la conexión se renueva constantemente.

Bibliografía consultada

Dholakia, N. y Zwick, D. (2004) Cultural Contradictions of the Anytime, Anywhere Economy: Reframing Communication Technology. Telematics and Informatics, Vol. 21, No. 2, pp. 123-141, May 2004. Disponible on line en: http://papers.ssrn.com/sol3/papers.cfm?abstract_id=689801. Acceso 23/04/2012.

Lasén Díaz, A. (2006). La presencia y uso de los teléfonos móviles en los espacios públicos urbanos. Formas de arquitectura y arte, nº. 15, pp. 42-49.Disponible on line en: http://dialnet.unirioja.es/servlet/revista?codigo=10566. Acceso 23/04/2012.

Lasén Díaz, A. (2009. Tecnologías afectivas: de cómo los teléfonos móviles participan en la constitución de subjetividades e identidades. Publicado en Gatti, G., Martínez de Albéniz, I. y
Tejerina, B. (eds.).Tecnología, cultura experta e identidad en la sociedad del conocimiento. Bilbao, Universidad del País Vasco, pp. 215-248.

Vásquez Rocca, A.  (2008). Zygmunt Bauman: Modernidad líquida y fragilidad humana. Nómadas. Revisita crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas, nº 19, 3, pp 309-316. Disponible on line en:  http://www.ucm.es/info/nomadas/19/avrocca2.pdf. Acceso 23/04/2012.

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